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Aldo Rossi

Aldo Rossi, El relato análogo, tecnne

“Me arriesgo a ser incluido entre los más ingenuos, pues me propongo trazar de alguna manera una teoría de la proyección propiamente dicha; o, mejor, de una teoría de la proyección como momento de la teoría de la arquitectura.”

Releer a Rossi: la difícil herencia de una renuncia

No hay duda de que Aldo Rossi era ya, desde hace años, un clásico de la arquitectura del siglo XX. Su lamentable desaparición a los 66 años de edad, sin duda acrecentará paradójicamente su presencia en la arquitectura del nuevo siglo. Se puede y se debe hablar de un clásico, no porque así se puedan juzgar sus formas arquitectónicas -que él extrae de la arquitectura de siempre por medio de unos tipos en los que su impronta autobiográfica es patente-, sino porque aparece en la cultura arquitectónica como una referencia inevitable. Para los arquitectos que nos formamos en las aulas universitarias al calor del mayo francés, este -entonces- joven e inconformista arquitecto era al mismo tiempo un modelo y un mito. Nos proporcionaba un modo de ver la ciudad y la arquitectura, nos proponía un proyecto colectivo, la necesidad de descubrir y evitar los errores e ilusiones de la Arquitectura Moderna. Hablaba con respeto de los Maestros – Le Corbusier, Gropius-; con veneración de sus profesores -Aogers, Quaroni, Samoná-; descubría autores que habían quedado parcialmente ocultos –como Loos o Boullée-; pero, por encima de todo, nos transmitía una gran pasión por la arquitectura, y la convicción -avalada por su trabajo- de que era preciso unir teoría y proyecto.

La arquitectura de la ciudad, el libro que a partir de su publicación en 1966 dio a conocer definitivamente a Aldo Rossi en Italia, enseguida en España y pronto en América y el resto de Europa, pudo ser entendido en un primer momento como un simple manifiesto, pero apartándose en su dimensión y estilo de los manifiestos al uso, pretendía abrir cauces para una más completa consideración de la arquitectura y un estudio distinto de la ciudad. Quince años después de su publicación Claudio D’Amato (1984) podía iniciar su artículo Fifteen Years alter Publication of The Architecture by Aldo Rossi, con estas palabras: “No resultaría osado afirmar que los sucesos que hemos vivido desde mediados de los sesenta representan un giro histórico en la cultura arquitectónica”. Otros quince años después la verdad que encierran esas palabras pueden haber quedado, al menos, parcialmente oculta. Es preciso reconocer que, de aquella apuesta por la autonomía de la arquitectura que el citado artículo atribuye a los estudios urbanos del neorracionalismo italiano, se conserva al menos la convicción de que la ciudad puede, y debe, ser analizada como un hecho arquitectónico; consecuentemente los mejores arquitectos sienten, al crear arquitectura, la responsabilidad de construir y generar, al mismo tiempo, ciudad.

Muy distinta es, sin embargo, la impronta que el pensamiento rossiano -el núcleo del neorracionalismo practicado por la Tendenza- ha dejado en la teoría de la arquitectura. Podríamos afirmar que, como ha escrito Carlos Martí (1966:10), “hoy se tiende a identificar a Aldo Rossi con algunas imágenes emblemáticas, sin reparar apenas en el hecho de que su labor intelectual constituyó el verdadero epicentro de un movimiento cultural que conmovió los cimientos de la arquitectura europea”. Sin duda, corresponde a su propia trayectoria intelectual y proyectiva, una cuota de responsabilidad de ese olvido; quizá en el mismo núcleo de su discurso se contenía en germen esa invitación a la mímesis que ha ayudado a ocultar su teoría. Hoy, a los treinta años de la aparición de La Arquitectura de la ciudad, el estudio detenido y desapasionado de la apuesta lanzada por Aldo Rossi en 1966 adquiere especial interés. Se hace necesario una relectura de aquel libro que, con la distancia que dan los años y la desaparición física de su autor, permita extraer con desapasionamiento y rigor toda la virtualidad de un discurso apasionado y denso como fue aquél que Rossi inició con su primer libro y continuó durante años, al menos hasta la publicación en 1981 de su Autobiografía científica (1984).

Es necesario reconocer que la propia composición del libro, el modo en que se agrupan y conectan investigaciones realizadas por su autor en los años previos, la insistencia con que se vuelve una y otra vez a los mismos temas, de modo similar a como, en la gestación de un proyecto, revisamos una y otra vez las opciones elegidas, hacen especialmente laboriosa su lectura, pero se trata de una tarea que merece la pena1.

La presentación de la crisis y la búsqueda de una salida

En todo caso, una relectura de aquel libro aconseja situarse ante la crisis que la arquitectura atraviesa en los años sesenta, y entender lo que significó para sus protagonistas. Suponía, en primer lugar, la reacción ante unos ideales incumplidos, la convicción de que los medios que se propusieron no eran suficientes o acertados, la comprobación de los errores cometidos, pero sobre todo la firme voluntad de mantener aquellos ideales. El abandono de esos objetivos equivaldría a la simple eliminación de la crisis. Toda crisis es un proceso complejo en el que las denuncias y las propuestas de solución se dan de modo disperso y al mismo tiempo interconectado. Es difícil encontrar una formulación programática que aúne todos los elementos en juego, o que proporcione una respuesta coherente y unitaria; sin embargo, en un proceso de crisis se producen siempre algunas formulaciones especialmente felices, y no tanto por la validez de sus propuestas como por la agudeza con que los problemas han sido detectados y por la ambición con que se ha afrontado su solución. Éste es indudablemente el sentido de la propuesta que en 1966 introdujo Aldo Rossi en el ambiente arquitectónico con la publicación de L’arquitecture della cittá. El libro tuvo un éxito inmediato2, su recepción por la cultura italiana no fue fácil ni unívoca, pero se convirtió en una referencia obligada en el debate arquitectónico. Posiblemente fue Vittorio Savi (1975) el primero que se refirió a la fortuna crítica de Aldo Rossi proporcionando así, tácitamente, una explicación de la insuficiente recepción y valoración de la teoría rossiana, y de su ocultamiento por su poética. Es necesario, sin embargo, reconocer que en ese proceso de oscurecimiento de la teoría rossiana intervienen múltiples elementos, y junto a la propia biografía de Rossi, a los acontecimientos ideológicos de su pensamiento, influyó de un modo decisivo el contexto cultural a que antes nos referíamos. Después, la vulgarización del Postmoderno, su fácil teorización, ha suministrado una cómoda explicación de la pluralidad, englobando bajo una única etiqueta arquitecturas bien distintas e impidiendo una verdadera profundización en las teorías que las sostienen. Éste es precisamente el interés que presenta la relectura del Rossi. Ante todo, comprender cómo fue percibida por parte de un sector de la arquitectura italiana la crisis del Moderno, y qué respuesta se dio a esa crisis. Pero junto a ello, ese estudio permite comprobar las vicisitudes a que fue sometida esa respuesta y entender su difícil recepción por parte de la cultura arquitectónica. Nos permite, en definitiva, indagar el destino alcanzado por aquel propósito declarado explícita y formalmente al comienzo mismo de L’arquitecture della cittá: construir una ciencia urbana autónoma, una ciencia que estudie y considere la ciudad como arquitectura. Un objetivo -tal como la producción más reciente de Aldo Rossi ha mostrado- en cierto modo abandonado por su autor; un propósito que, desde finales de los ochenta, veía aún con simpatía e indulgencia, pero que calificaba ya de juvenil. En todo caso la propuesta rossiana no es una decisión repentina, ni manifestación de un simple deseo personal; por el contrario, su discurso dio forma a una inquietud colectiva que había ido tomando cuerpo en Italia, hasta formar una orientación precisa: la Tendenza. En ese grupo de arquitectos se tiene la convicción de que se está produciendo una identificación entre arquitectura y urbanismo que es preciso aclarar, si no se quiere evitar la muerte de la arquitectura, su disolución en un urbanismo sociológico y tecnocrático, o su conversión en un juego ineficaz. Se enfrenta así decididamente a la disolución de la arquitectura, esa situación que, en los años que siguieron a la publicación de L’architectura della cittá, Rossi (1970:14)-parangonando el ensayo de Marx contra Proudhon3– denunciaría como “la miseria de la arquitectura moderna”: su difícil posición entre el profesionalismo y el revolucionarismo. Pero hay también en su percepción de la crisis, un rechazo al experimentalismo y al capricho; la convicción de que la arquitectura no debe dar la espalda a la ciudad presente, no puede desertar ante la realidad urbana, refugiándose en las promesas de lo nuevo.

Ante todo, es preciso salvar el falso dilema establecido entre profesionalismo y revolucionarismo. El profesionalismo no sólo ha aceptado el carácter pluridisciplinar del urbanismo, sino que ha reducido el papel de la arquitectura a la mera respuesta mecanicista a los problemas sociológicos, técnicos y políticos que la realidad dada le presenta. El funcionalismo más rancio, oculto quizá en las sofisticadas versiones de la plurifuncionalidad, parece querer justificar el abandono de la intencionalidad estética; como si la belleza fuera mero y necesario resultado de la resolución – por otra parte nunca satisfecha- de los problemas técnicos. No muy distinto es el resultado que puede esperarse del revolucionarismo, en cuanto su compromiso político – su salto a las barricadas de la lucha urbana- no encierra una concepción de la arquitectura realmente distinta de la preconizada por el profesionalismo: “Para la mala arquitectura, escribiría Rossi unos años después (1973:11), no hay ninguna justificación ideológica, como no la hay para un puente que se hunde”.

La Tendenza ha captado la razón común que aúna estas interpretaciones opuestas del papel del arquitecto: una concepción instrumental de la arquitectura que la sitúa en función de fines que le son ajenos y la vacía de su contenido; una racionalidad que sólo entiende de medios y que se siente incapaz de proponerse fines y objetivos. La insatisfacción que produce este estado de cosas inclina a parte de la arquitectura al experimentalismo, a la valoración de lo irracional, de lo velleitario “del capricho”; se repite una vez más la contradicción presente en la arquitectura moderna desde su inicio: la lucha entre componentes racionales e irracionales, que se presentan como excluyentes. Por el contrario, la propuesta de Rossi se centra en la búsqueda de una racionalidad que, superando el carácter instrumental -común al profesionalismo y revolucionalismo-, proporcione un ámbito para lo subjetivo, para la expresión del componente autobiográfico, de la poética personal. Pero, además, dentro de la disolución de la arquitectura en un urbanismo funcionalista, el discurso rossiano identifica otro elemento decisivo: el rechazo de la historia. La arquitectura moderna se ha producido de espaldas a la ciudad existente; el mito de lo nuevo y del progreso ha eliminado y deslegitimado la mirada al pasado; el proceso entablado por la pretendida ortodoxia del Movimiento Moderno, primero contra el Neoliberty y después contra toda la arquitectura italiana (Banham, 1959), exigía una respuesta adecuada. Rossi rechaza la concepción de la arquitectura moderna como un salto cualitativo; es más, tiene la seguridad de que será precisamente en la ciudad heredada donde podrá indagar e identificar los principios fundamentales de la arquitectura.

En síntesis, la respuesta de Aldo Rossi, tal como fue formulada en L’architettura della citta, y tal como quedó precisada en sus sucesivos escritos y en sus proyectos, se apoya en la búsqueda e identificación en la ciudad, de una nueva racionalidad que garantice la autonomía de la arquitectura y proporcione el ámbito para la expresión de la poética personal. El primer tramo de ese discurso, iniciado al menos ya en Venecia durante el curso 1963-64, y expresado definitivamente desde distintas perspectivas en L’architettura della citta, lo compone la indagación de la ciudad entendida como arquitectura, es en ese ámbito donde Rossi identifica el tipo como principio de la arquitectura; allí escribe: “Podemos decir que el tipo es la idea misma de la arquitectura; lo que está más cerca de su esencia. Y por ello, lo que, no obstante, cualquier cambio, siempre se ha impuesto -al sentimiento y a la razón-, como principio de la arquitectura y de la ciudad” (Rossi, 1996:80).

El mismo año en que se publica este texto, Rossi recibe el encargo de la asignatura de Caratteri Distributivi en la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán. Es un momento de especial efervescencia académica y política, en el que a la difícil situación universitaria italiana se sobrepone las repercusiones del mayo del 68 francés, período que acabaría en 1971 con la separación de la docencia de un grupo de profesores del Politécnico, entre los que se encuentra Rossi. En este contexto, el debate académico -extendido al ámbito cultural muy especialmente a través de la revista Controspazio4 – permite perfilar el alcance y significado tanto de la autonomía buscada, como del nuevo racionalismo que se propone. La autonomía no supone delimitar para el arquitecto un ámbito aislado de la realidad social en la que actúa; es por el contrario la identificación del modo preciso en que la arquitectura debe actuar. La indagación de una ciencia urbana autónoma no conduce a un aislamiento de la arquitectura, sino a la identificación de la dimensión arquitectónica del urbanismo.

Autonomía y nueva racionalidad

Esta especificidad de la actuación arquitectónica no rechaza los aspectos prácticos de la arquitectura y del urbanismo: no se trata de orientarse hacia un arte puro que negaría su dimensión práctica, sino, por el contrario, de identificar aquellos cometidos que sólo en cuanto arte – en la medida en que responde a una intencionalidad estética- puede alcanzar. La investigación rossiana, acompañada especialmente en ese momento por Giorgio Grassi, indaga la racionalidad que ha sostenido la construcción de la arquitectura y de la ciudad a lo largo de la historia. Esta racionalidad, desde la filosofía dialéctica que sostiene esa investigación, no puede considerarse previa a la construcción de la ciudad, sino resultado de esa misma construcción. Paralelamente el hombre crea la ciudad y la arquitectura; por medio de la arquitectura construye la ciudad y, al hacerlo, construye también la propia disciplina. En ambas construcciones interviene el hombre individual, pero son realizadas por la colectividad. Sólo a la sociedad humana le es permitido alcanzar la construcción completa de una y otra realidad: sin la vida de la colectividad, ni la ciudad ni la arquitectura son posibles. Memoria, análisis urbano y analogía entran en juego en el discurso rossiano para sostener una proyección, en la que los componentes subjetivos no ahoguen la certeza que la racionalidad debe aportar a la ciudad: la memoria, como apropiación colectiva del proceso histórico; el análisis, como asunción personal de la racionalidad que sostiene y produce ese proceso; la analogía, como “un procedimiento compositivo que gira sobre algunos hechos fundamentales de la realidad urbana y en torno a los cuales construye otros hechos en el marco de un sistema analógico” (1969:43). Coincidiendo con la preparación por Rossi de la Sección Internacional de la XV Triennale de Milán que se celebraría en 1973, la solución de la crisis de la arquitectura moderna que supone la formulación del neorracionalismo italiano aparece en toda su virtualidad. La caracterización de la arquitectura como una realidad urbana y colectiva le proporciona una base racional, que permite una pluralidad poética y una mirada confiada y sin prejuicios de la historia.

Oscurecimiento y renuncia

Sin embargo, precisamente a partir de la Trienal los resultados proyectivos del neorracionalismo italiano y sus aliados internacionales, por una parte, y el clima cultural de la postmodernidad por otra, parecen coligarse: no tanto para poner de manifiesto las limitaciones del discurso rossiano, como para obscurecer los contornos precisos de ese discurso y las aportaciones más definitivas de su teoría arquitectónica. La utilización de la analogía por parte de Rossi parece identificar memoria colectiva con memoria personal; los elementos sobre los que actúa la analogía son, cada vez más, los elementos de la propia arquitectura rossiana, alejándose así progresivamente de la realidad urbana y tipológica que reflejaba la construcción lógica de la ciudad. Lo subjetivo se expande hasta expulsar con su propia lógica cualquier racionalidad colectiva y universal. La pretendida dialéctica entre tipología y realidad resulta imposible ante una tipología sustentada más por la autobiografía que por el proceso histórico de su precisión. La certeza que esa racionalidad podría proporcionar debe contentarse con la comprobación de lo conocido y esperado; pero se trata de una certeza -de una evidencia que sólo es alcanzada satisfactoriamente por parte del conocedor de la arquitectura rossiana; los demás mortales han de enfrentarse a una mezcla de geometría y perplejidad. Frente a una arquitectura con perfiles tan nítidos y personales, la aspiración de la Tendenza a una coherencia conceptual junto a una pluralidad formal quedó en entredicho; más aún cuando, como sucede con la muestra de la Trienal, esa coherencia y pluralidad quería extenderse más allá de las fronteras culturales italianas. La formulación del neorracionalismo centroeuropeo a partir de 1975 supuso la definitiva renuncia a la coherencia de un programa que deseaba unir racionalidad y pluralidad5.

Significado de la propuesta rossiana

La crítica postmoderna a la propuesta neorracionalista -tanto en lo que se refiere a las perspectivas que abre, como a sus evidentes limitaciones- ha quedado saldada como una nueva comprobación de la fragmentariedad de la cultura actual y una demostración del carácter imposible, y aun innecesario, de cualquier relato general y legitimador de la realidad6. Es innegable la colaboración que el propio Rossi, a través de su obra arquitectónica y de su renuncia a continuar el discurso iniciado, ha prestado a esta interpretación. Sin embargo, merece la pena intentar una comprensión más cabal del proceso seguido por su ciencia urbana, y una indagación más ambiciosa de los motivos de esta renuncia. Ante todo, es necesario reconocer que Rossi no identifica pluralidad y diversidad con indiferencia y relativismo; en la tipología cree encontrar lo permanente, la identidad irrenunciable; una identidad que puede ser expresada de un modo personal e intencional. Sin embargo, su peculiar identificación de la arquitectura con el proceso de construcción de la ciudad le impide apurar las consecuencias de su hallazgo. En efecto, en su teoría, la arquitectura queda reducida a simple proceso racional y colectivo en que la casualidad final u originaria no tiene ningún campo de acción, la disciplina arquitectónica se asume como una realidad dada y autosuficiente, en que los juicios de valor se han de limitar al examen de su coherencia interna – a la conciencia de la necesidad del proceso constructivo-, una coherencia que no puede confrontarse con los objetivos perseguidos, y en la que la libertad queda reducida a la dimensión poética y autobiográfica7.

Frente a esta concepción es preciso afirmar que, aun cuando este proceso constructivo intervenga decisivamente en la definición de la arquitectura, no puede pretender eliminar la existencia de un supuesto previo sobre el que actúa: una realidad que sostiene ese proceso al mismo tiempo que es modificada o precisada por él. La identificación del tipo con la esencia de la arquitectura conduce a una arquitectura reducida a su esencia; pero, además, a una esencia desencarnada, especialmente abstracta – a pesar de su vigorosa formalización- y parcial. De este modo la convivencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo racional y lo subjetivo, se hace especialmente difícil, aunque es preciso reconocer que esa misma tensión contiene una espléndida carga poética. Rossi lo resuelve inundando y precisando la tipología con su propia autobiografía proyectiva; Grassi, identificando su poética con el más riguroso proceso constructivo; otros menos dotados, deben contentarse con una mímesis repetitiva.

La valiosa herencia de una búsqueda

En todo caso, el discurso rossiano muestra la existencia en la arquitectura de un núcleo indisponible que hace ilegítima la aceptación de una racionalidad impuesta despóticamente desde el exterior. Con el neorrealismo se debe admitir que en la arquitectura existe -de modo similar a como sucede en la lengua- la dificultad, o aun la imposibilidad, de alcanzar una explicación satisfactoria de su origen. Sin embargo, esta circunstancia no autoriza a rechazar una indagación acerca de su sentido; del sentido de la arquitectura, y del sentido y motivación de sus precisiones tipológicas a lo largo de la historia.

En definitiva, el carácter convencional de la arquitectura no supone su arbitrariedad; y es precisamente la realidad humana y social – las necesidades materiales y espirituales, los condicionantes técnicos y culturales- la que sostiene y explica el proceso de construcción de la ciudad. Una comprensión adecuada de este proceso constructivo de la ciudad y de la disciplina arquitectónica ha de tener en cuenta los elementos sobre los que actúa: la naturaleza social del hombre, sus necesidades de habitación y la trama cultural producida. Es precisamente el olvido de estos elementos lo que vuelca el discurso rossiano hacia un racionalismo encerrado, paradójicamente, en un dorado aislamiento; de este modo quedó asegurado lo autobiográfico, pero a costa de sofocar la dimensión generalizadora y dialogante de lo racional. Sólo un entendimiento global de ese realidad compleja -en que convive necesidad, proceso y resultadopermitirá aunar en la arquitectura los componentes racionales y los subjetivos, alcanzando así una racionalidad flexible, una racionalidad capaz de sostener la pluralidad que las poéticas personales actualizan.

Más allá de las filias y fobias que su trabajo ha producido en el mundo profesional y académico; más allá también de sus límites teóricos y prácticos, puestos éstos especialmente de manifiesto en sus últimos trabajos, cuando la fuerza mimética de sus orígenes le alcanzó a él mismo, la enseñanza y virtualidad de la teoría de Aldo Rossi resulta patente. Él mostró un nuevo modo de considerar la relación vital que une la arquitectura a la ciudad: la consideración de la ciudad como una realidad arquitectónica y la arquitectura como un elemento esencialmente urbano. Rossi, con sus compañeros de la Tendenza italiana, pretendían así salvar la ciudad de esa fea arquitectura -que ensucia la periferia y destruye los centros históricos-.

Resulta patente y lamentable que no se llegase a conseguir (aunque algo se ha hecho); pero no se puede negar que, al menos, nos ha dejado un instrumento teórico que ha modificado la actitud de muchos arquitectos y ha sido asumido -indudablemente, con la impronta personal de cada uno- por muchos de los mejores –prestigiosos unos, anónimos otros- arquitectos del momento, que no son sus discípulos; pero algo no poco importante deben a la lectura y estudio de su obra.

José Luque Valdivia

Notas:

1 Este es el objetivo que he pretendido en La ciudad de la arquitectura. Una relectura de Aldo Rossi, Ed. Oikos-Tau, Villasar del Mar, 1996.

2 La rapidez con que se publica en 1969 la segunda edición italiana y las sucesivas ediciones en español -ocho desde 1971-, alemán, portugués, inglés, francés, griego y húngaro, ponen de manifiesto el éxito del libro y más aún la fortuna critica del autor.

3 En Miseria de la filosofía (1847), Marx critica una reciente obra de Proudhon, a la que califica de código del socialismo pequeño-burgués; similar es la crítica de Rossi al pretendido carácter revolucionario de la arquitectura moderna.

4 Dirigida por Portoghesi, Decano de la Facultad de Milán, pero conducida con amplia autonomía por Bonfanti y Scolari, Controspazio se convirtió, desde su inicio en 1969, en el portavoz oficioso de la Tendenza; que incluía también un verdadero laboratorio de ideas. Para los juicios y formulaciones que recogemos a continuación cfr. Ezio BONFANTI, L’autonomia dell’architecttura, en el n. 1 de 1969, y Renato NICOLINI, Per un nuovo realismo in architettura, en el n. 12 de 1973.

5 Nos referimos a la muestra Architecture Rational, preparada por Leon Krier para la Galery Art de Londres en 1975, y a la publicación que, como resultado de esa muestra, aparece poco después: Robert L. DELEVOY et al., La reconstructión de la “ville europénne”. Rational: Architecture: rationelle, Archives d’Architecture Modeme, Bruxelles, 1978.

6 Este rechazo de los ‘grands récits” es característico de la condición postmodema, tal como ha puesto de manifiesto Lyotard, cfr. La condición postmodema. Informe sobre el saber (1979), Cátedra, Madrid, 1986.

7 La creencia en el carácter necesario e inmodificable del proceso histórico es básica en la ideología marxista, que recoge, de la filosofía hegeliana, la identificación de la libertad con la conciencia de esa necesidad; el materialismo dialéctico insiste en la importancia que asume la conciencia de clase como motor de esa historia. El discurso rossiano se muestra eficazmente influido por esa ideología, aunque aplicada de un modo ciertamente personal y, en su deseo de salvar lo autobiográfico, parcialmente mitigado

Publicación original: José Luque Valdivia, “Releer a Rossi: la difícil herencia de una renuncia” Revista Arquitectura N°312 (1997), 101-103

Imagen de portada: ©Mondadori

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