En su artículo Giuseppe Terragni: Subject and «Mask», publicado en Oppositions 11 (1977), Manfredo Tafuri examina la obra arquitectónica de Giuseppe Terragni desde una perspectiva crítica. Su análisis se centra en la ambigüedad inherente y la falta de sistematicidad del trabajo del arquitecto, destacando como ejes temáticos la disolución del lenguaje formal, la tensión entre forma y estructura, el concepto de «máscara», la temporalidad y la indiferencia compositiva. Este estudio se centra en la propuesta para el Palazzo del Littorio (Solución A), analizando cómo dicha arquitectura interroga y subvierte las convenciones del lenguaje disciplinar. El análisis destaca el carácter ambiguo y deliberadamente enmascarado de sus composiciones, en las que forma y estructura no revelan significados de manera directa, sino que los desplazan o los niegan, convirtiendo la ausencia de sentido en una operación proyectual en sí misma. En este contexto, Terragni es interpretado como una figura próxima a los personajes pirandellianos, en tanto asume la disolución entre apariencia y realidad, haciendo de la máscara no un ocultamiento, sino la sustancia misma de la arquitectura. El ensayo establece una conexión conceptual entre esta lógica formal y el “realismo mágico” propuesto por Massimo Bontempelli, con quien Terragni compartió afinidades ideológicas y estéticas. Sus obras son abordadas como dispositivos espaciales cerrados —“cajas mágicas”— que suspenden el intercambio comunicativo y afirman la autosuficiencia del objeto arquitectónico, ajeno a toda función representativa externa.
Terragni por Tafuri: La disolución del lenguaje y la fractura del discurso
Para Tafuri, Giuseppe Terragni no utiliza el lenguaje arquitectónico como medio de transmisión de un mensaje, sino como objeto de análisis interno y autoconfrontación. En el proyecto del Palazzo del Littorio (Solución A), la arquitectura opera como instrumento de ruptura: introduce una división estructural en el discurso, una fractura deliberada en su continuidad. El lenguaje, una vez dotado de poder expresivo, se fragmenta; sufre una disolución que lo transforma en un campo de confrontación formal. Este tratamiento, descrito por Tafuri como «atonal» y «totalmente amoral», marca una distancia radical respecto de posturas como la de Pagano, quien lo cuestionaba por su falta de compromiso discursivo.
La “máscara” y el juego de inversiones conceptuales
El concepto de “máscara” ocupa un lugar central en la arquitectura de Terragni. En la Solución A del Palazzo del Littorio, la pared curva de pórfido, una masa suspendida y segmentada por el corte que aloja la plataforma de Mussolini, se presenta como una superficie que se autodeclara “máscara”. Tafuri señala que la estructura primaria, en su aparente esencialidad, actúa como un dispositivo de ocultamiento. Las líneas isostáticas marcadas en la superficie, si bien evidencian tensiones internas, simultáneamente las convierten en arabescos, transformando la expresión estructural en un diseño gráfico que fragmenta aún más la unidad perceptiva del conjunto.
Este mecanismo conduce a una inversión conceptual: lo que aparenta solidez y coherencia se disuelve, y la supuesta verdad estructural se revela como artificio. En el Danteum, esta lógica alegórica se extrema; la estructura deviene en “máscara perversa de un absoluto formal”. Del mismo modo, en la Casa del Fascio, las “máscaras desnudas” ya no buscan autoría individual: la verdad reside únicamente en la máscara misma, convertida en totalidad autosuficiente.

Tensión entre forma y estructura: diálogo hermético y ruptura
En la obra de Terragni, la relación entre forma y estructura no se basa en la concordancia, sino en una tensión constante, definida por Tafuri como un “diálogo sin palabras” y miradas “herméticas”. En el Palazzo del Littorio, las líneas isostáticas que recorren la superficie actúan como una trama abstracta que debilita la contundencia de la pared masiva. Lo estructural, en lugar de afirmarse como verdad constructiva, se convierte en una red lineal que adquiere la condición de “máscara desnuda”, desplazando el sentido de estabilidad hacia un plano simbólico.
Esta operación implica una confrontación directa con la tradición clásica, representada en la comparación con la Basílica de Majencio. La oposición no es formal sino conceptual: mientras en la arquitectura romana la estructura afirmaba su función de soporte y monumentalidad, en Terragni se desdibuja esa claridad, y la convivencia entre forma y estructura se convierte en una pregunta sin respuesta. La arquitectura sostiene así una tensión no resuelta, donde los elementos se observan sin reconocerse plenamente.
Anulación de la temporalidad y búsqueda de lo atemporal
En contraste con la Basílica de Majencio, que según Tafuri “recoge en sí el flujo del tiempo”, la propuesta de Terragni para el Palazzo del Littorio elimina toda referencia temporal. La forma arquitectónica se revela como presencia detenida, inscrita en un silencio que excluye la sucesión y el devenir. Las obras más significativas de Terragni son definidas como “identidades suspendidas”: entidades desvinculadas de cualquier marco cronológico, que transitan el mundo sin integrarse en él.
Esta actitud se expresa con mayor claridad en el Danteum, donde la estructura geométrica y la organización numérica responden a un intento de codificación absoluta. La arquitectura, así concebida, se proyecta hacia un horizonte ajeno a la transformación, desarticulando cualquier conexión con lo contingente. La búsqueda de lo atemporal, por tanto, no remite a un ideal abstracto, sino a una negación deliberada del tiempo como variable operativa en el proyecto arquitectónico.

Indiferencia y formalismo absoluto
Tafuri plantea la posibilidad de una “indiferencia” en la obra de Terragni, entendida en el sentido formulado por Alberto Moravia: una forma de desapego consciente frente al contexto ideológico del fascismo. Aunque rechaza una lectura moralista, Tafuri reconoce en la arquitectura de Terragni una condición de extrañeza radical y un formalismo llevado al límite. Su intervención en el entorno urbano no pretende transformar ni dialogar con el contexto, sino reducirse a un signo autónomo, obligado únicamente a afirmarse como lo que es, sin excedentes simbólicos ni funcionales.
Esta voluntad de forma, desprovista de justificación externa, produce un efecto de desencanto. No hay intento de atribuir significados más allá de la manifestación formal misma. La obra, en este sentido, se sitúa fuera de la retórica, como una construcción cerrada sobre sí, donde la falta de sentido se asume como una condición constitutiva del proyecto.
Terragni por Tafuri: La arquitectura como “teatro de la crueldad” y juego de sorpresas
Tafuri compara la arquitectura de Terragni con el “teatro de la crueldad” de Antonin Artaud o con una composición surrealista, entendida como un juego sistemático de dislocaciones perceptivas. En sus proyectos, los elementos arquitectónicos intercambian funciones y jerarquías: una escalera, por ejemplo, se independiza del sistema al que pertenece y se convierte en un objeto autónomo, provisto de un lenguaje formal propio e inaccesible.
Esta operación configura un juego de apariencias en el que las formas eluden la frontalidad y evitan la legibilidad directa. Al “darle la espalda” al espectador, la arquitectura lo obliga a enfrentarse a una red de relaciones lógico-formales, una exterioridad deliberadamente abstracta. No se trata de ocultamiento, sino de una forma de presentación que se resiste a la interpretación inmediata, articulando un espacio de ambigüedad activa.
«Realismo mágico» y la influencia de Bontempelli
Giuseppe Terragni ha sido vinculado al “realismo mágico” formulado por Massimo Bontempelli, con quien compartió colaboración en la revista Quadrante. La propuesta de Bontempelli planteaba una reconstrucción del tiempo y el espacio mediante operaciones imaginativas que desplazaban al sujeto como centro de la experiencia. Su concepto de “mundo sólido” no remite a una realidad estable, sino a un mecanismo proyectual orientado a explorar los límites de lo real, entendidos como umbrales para activar la imaginación.
En ese mismo registro, la arquitectura de Terragni articula una estrategia formal que no pretende representar lo mágico, sino confrontar lo real con estructuras que lo tensionan. Al igual que en el planteo literario de Bontempelli, el espacio arquitectónico funciona como una construcción que revela la totalidad de lo real a partir del choque entre racionalidad compositiva y operaciones disruptivas, donde el orden es desafiado por elementos que interrumpen cualquier lectura lineal o unívoca.
Ruptura con la tradición clásica y el «logos»
En la obra de Terragni se evidencia una ruptura con la noción clásica de logos como principio ordenador del lenguaje y garante de una dirección unívoca del sentido. Rechaza la idea de una permanencia semántica fijada en estructuras formales cerradas. En oposición a la razón formulada por Valéry, anclada en formas que buscan sostenerse en relaciones puras y estables, la arquitectura de Terragni opera desde un campo en el que el significado es mutable, contingente y no reductible a una formulación definitiva.
Su concepción del conocimiento y la forma no parte de categorías nominales cerradas, sino de una lógica espacial donde los límites son inestables. La operación arquitectónica no nombra ni representa; más bien, disloca. En este marco, la aparente «atonía» formal de sus obras no implica neutralidad, sino una renuncia deliberada a toda resonancia retórica. La palabra, como el signo arquitectónico, es privada de su garantía simbólica, liberando las formas de cualquier anclaje referencial fijo.


La arquitectura como objeto de transformación constante
La Casa del Fascio ha sido caracterizada como una “máquina transformacional”, expresión que remite a su capacidad para articular operaciones espaciales sujetas a variación continua. Siguiendo la lectura de Manfredo Tafuri, en la obra de Terragni el lenguaje arquitectónico no se inventa ex nihilo, sino que se transforma mediante desplazamientos internos que alteran sus reglas sin abolirlas. Este principio rige la dinámica formal del proyecto, en el cual las figuras arquitectónicas no se estabilizan como signos fijos, sino que experimentan mutaciones sucesivas en escalas reducidas y articulaciones puntuales.
En el proyecto para la Exposición Universal de Roma (E42), esta lógica se hace explícita a través del uso de proporciones numéricas, secciones áureas y ritmos estructurales que, lejos de consolidar una disciplina formal heredada del clasicismo, disuelven la noción de fachada como plano de representación estática. Lo que emerge es una operación crítica sobre los límites: la envolvente no delimita, sino que se fragmenta y multiplica, manteniéndose constante solo en su principio de variabilidad. La fachada, en este sentido, no representa, sino que activa una función latente de demarcación inestable, abierta a infinitas configuraciones internas sin perder su unidad operativa.
La soledad estupefaciente de la arquitectura
En la obra de Terragni, la arquitectura se manifiesta como un sistema autónomo, cuya radical independencia formal ha sido definida como una “soledad estupefaciente”. Incluso cuando incorpora referencias externas, como en el Danteum donde se alude a la Divina Comedia, dichas referencias no operan como traducciones simbólicas, sino como dispositivos que permiten establecer una distancia crítica entre el espacio literario y el espacio arquitectónico.
Este distanciamiento no busca una correspondencia, sino que subraya la imposibilidad de una equivalencia entre significados textuales y operaciones espaciales. Lo arquitectónico, en este contexto, no representa ni comunica en sentido narrativo; se constituye como un sistema de relaciones formales cuya lógica interna excluye toda función retórica. En su atonalidad, la obra se sustrae de la necesidad de enunciar algo fuera de sí, afirmando así su condición de objeto autosuficiente, autónomo y deliberadamente desvinculado de cualquier marco externo de interpretación.
Terragni por Tafuri: una arquitectura en el umbral de la forma y el lenguaje
Según la interpretación de Manfredo Tafuri, la obra de Giuseppe Terragni constituye un campo de experimentación radical en torno al lenguaje arquitectónico, donde la forma no se orienta hacia la comunicación de un mensaje unívoco, sino hacia la producción de tensiones internas, simulaciones e inversiones conceptuales que desestabilizan toda lectura cerrada. Este proceso configura una arquitectura “atonal”, desligada de referencias temporales específicas, cuya introspección formal se traduce en una indiferencia consciente frente a las convenciones disciplinarias.
La obra se presenta como un artefacto expuesto, sin voluntad de ocultamiento, que despliega su lógica interna en el límite entre lo real y su disolución simbólica. En ese marco, Terragni se distancia de las interpretaciones tradicionales del Movimiento Moderno, insertándose en un territorio conceptual en el que convergen el “realismo mágico” y un “teatro de la crueldad”, donde las categorías de verdad y falsedad no se niegan entre sí, sino que se neutralizan mutuamente. Este desplazamiento permite una lectura crítica de su arquitectura como un sistema abierto, autorreflexivo y estructuralmente ambiguo.
©tecnne
Texto analizado: Tafuri, Manfredo. “Giuseppe Terragni: Subject and «Mask»” Oppositions 11, 1977, pp.4-28
Imagen de portada: Giuseppe Terragni, Palazzo del Littorio solución A
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