El texto de Alan Colquhoun, “Typology and desing method” publicado en 1967 y reeditado en Perspecta en 1969, analiza la tensión entre la metodología de diseño objetiva y la intuición en la arquitectura moderna. Colquhoun cuestiona la idea de que los métodos científicos pueden suprimir la necesidad de la tipología, al sostener que una doctrina exclusivamente teleológica de las formas técnico-estéticas resulta insostenible, dado que el diseño implica decisiones voluntarias. Examina cómo la exclusión de elementos tradicionales en el movimiento moderno genera nuevas potencialidades formales, pero también advierte que ignorar el valor de las soluciones históricas puede comprometer el control sobre la imaginación y la comunicación. Finalmente, propone un sistema de valores que incorpore las formas históricas para regular los procesos creativos.
Una Crítica a la Metodología Moderna de diseño y una Defensa de la Tipología por Alan Colquhoun
En Typology and desing method Alan Colquhoun, analiza la relación entre tradición e innovación en el método de diseño arquitectónico. En el texto Examina la postura del movimiento moderno frente a la tradición y plantea la necesidad de equilibrar las soluciones heredadas con la creación de nuevas formas.
Colquhoun señala que la insuficiencia de los métodos de diseño intuitivos tradicionales ha llevado a un énfasis en enfoques analíticos y clasificatorios de carácter científico. En este contexto, el diseñador recurre a «soluciones tipo» derivadas de experiencias previas. Cita a Tomas Maldonado, quien considera estas formas tipológicas un «cáncer» que debe erradicarse mediante sistemas de clasificación más rigurosos.
Sin embargo, Colquhoun argumenta que esta supuesta objetividad encierra una doctrina estética implícita. Cuestiona la idea de que los procedimientos tipológicos sean vestigios de una era artesanal superada por la ciencia y sugiere que los artefactos no solo poseen un valor de uso, sino también un valor de intercambio dentro de un sistema de comunicación social. Incluso los productos tecnológicos adquieren significados icónicos y valores simbólicos.
Establece una critica la idealización del «hombre primitivo» y la concepción de la tradición artística como algo corrupto o antinatural. Sostiene que los sistemas cosmológicos de las sociedades premodernas eran estructuras intelectuales y artificiales, análogas a los esquemas socio-espaciales del mundo moderno. En este sentido, los sistemas representacionales son independientes de los datos cuantificables del entorno.
El movimiento moderno intentó redefinir estos sistemas representacionales mediante un retorno a la naturaleza influenciado por el romanticismo, pero transformado por la confianza en la ciencia como reveladora de la esencia funcional de la naturaleza. Esto condujo a una visión determinista biotecnológica, según la cual la forma arquitectónica sería el resultado lógico de la conjunción de necesidades operativas y técnicas. No obstante, advierte que esta doctrina contradice cualquier teoría que considere la forma como un elemento intencionalmente icónico.
A través de ejemplos de Yona Friedmann y Yannis Xenakis, Colquhoun muestra que incluso los métodos matemáticos en el diseño implican una elección de alternativas, lo que invalida la noción de un determinismo tecno-estético absoluto. La configuración formal requiere intención y no es solo el resultado de procesos mecánicos; identifica una tensión en el movimiento moderno entre el determinismo biotecnológico y la libre expresión. Al priorizar la función, se generó un vacío en los valores tradicionales y la estética fue sustituida por una libertad permisiva basada en la intuición. Paradójicamente, lo que se planteaba como una disciplina racional se convirtió en una creencia mística en el proceso intuitivo.
Ante esta situación, Colquhoun revaloriza la tipología. En la imposibilidad de definir exhaustivamente los parámetros del diseño, Maldonado sugiere que el recurso a tipologías formales podría ser necesario. Colquhoun apoya esta idea, sosteniendo que la intuición no puede operar sin un conocimiento previo de soluciones históricas a problemas afines. La creación arquitectónica se concibe, así, como un proceso de adaptación de formas preexistentes a las exigencias contemporáneas.
Este principio, es aplicable a todas las disciplinas del diseño. Aunque en teoría las leyes físicas y matemáticas podrían determinar la configuración final de un objeto, en la práctica esto no sucede, pues dichas leyes son construcciones humanas sujetas a ajustes. En arquitectura, donde las restricciones físicas son menos determinantes que en otras disciplinas como la ingeniería aeronáutica, la referencia a modelos tipológicos adquiere aún mayor relevancia.
Incluso dentro del funcionalismo arquitectónico, Colquhoun identifica el uso de una estética heredada. Ejemplos como los edificios de oficinas de Mies van der Rohe y SOM reflejan una sensibilidad neoclásica, mientras que los proyectos de vanguardia que buscan ser puramente técnicos terminan adoptando formas expresionistas, lo que pone en cuestión la idea de un determinismo estricto.
Vincula el rechazo de las tipologías en la arquitectura moderna con la influencia de la teoría de la expresión de principios del siglo XX, ejemplificada en la obra de Kandinsky. Esta teoría, al igual que el movimiento moderno en arquitectura, rechazaba las manifestaciones históricas del arte bajo la premisa de que las formas poseen un valor expresivo autónomo. Sin embargo, Colquhoun, apoyándose en la crítica de Gombrich, argumenta que las formas carecen de significado en ausencia de un sistema de referencias convencionales.
Desde esta perspectiva, sostiene que la arquitectura no puede desligarse completamente de las formas heredadas. Si se asume que es posible hacerlo, se pierde control sobre aspectos fundamentales de la imaginación y la comunicación. En consecuencia, propone un sistema de valores que incorpore las soluciones formales del pasado para preservar el rigor conceptual en la creación arquitectónica.
También advierte sobre la relación entre el funcionalismo y el expresionismo. Al insistir en métodos analíticos, el funcionalismo generó un vacío en la formulación de formas arquitectónicas, llenado posteriormente por una estética reduccionista basada en la intuición sin referencias históricas.
En el ámbito del arte, subraya que los hechos naturales son menos relevantes que los valores que la sociedad les asigna. Al igual que en el lenguaje, los significados no dependen exclusivamente de los elementos materiales, sino de convenciones compartidas. De este modo, un sistema plástico de representación, como la arquitectura, presupone la existencia de un marco convencional que estructura la relación entre problemas y soluciones.
El objetivo de Colquhoun no es una vuelta acrítica a la tradición, lo que implicaría una relación fija e inmutable entre formas y significados. Reconoce que el rasgo distintivo de la modernidad es el cambio y plantea la necesidad de examinar el papel de las modificaciones tipológicas frente a problemas inéditos. Este proceso debe operar mediante una dialéctica entre las estructuras convencionales, que resisten pero pueden ser transformadas, y las innovaciones derivadas del desarrollo tecnológico.
Colquhoun concluye que el cambio en arquitectura se produce por exclusión más que por reducción. En las artes, las formas tradicionales no se eliminan completamente, sino que se reconfiguran mediante la omisión de elementos simbólicamente obsoletos. Este proceso permite redescubrir la potencialidad de las formas y justificar su adaptación a nuevas condiciones. Aunque las herramientas científicas y matemáticas proporcionan un marco operativo, no pueden ofrecer soluciones predefinidas.
Tipología y diseño: El determinismo biotecnológico en la arquitectura
Alan Colquhoun critica el determinismo biotecnológico en la arquitectura, una doctrina central en el movimiento moderno que postula que la forma arquitectónica debe derivarse directamente de la convergencia entre necesidades funcionales y técnicas operativas, estableciendo una relación transparente entre función y tecnología. Según esta perspectiva, la arquitectura se concibe como una extensión biológica de la vida, en la que las formas emergen de manera objetiva y necesaria. Colquhoun refuta esta idea mediante varios argumentos fundamentales:
La persistencia del significado icónico de las formas. La teoría determinista ignora la dimensión simbólica inherente a las formas arquitectónicas. Incluso los objetos tecnológicos diseñados con fines utilitarios adquieren valores icónicos que trascienden su función operativa. Ejemplos como los barcos de vapor y las locomotoras del siglo XIX muestran cómo estos artefactos pueden ser dotados de unidad estética y significado, lo que sugiere que su configuración no responde exclusivamente a exigencias funcionales, sino también a procesos de selección cultural y percepción simbólica. La dimensión estética no es un subproducto de la función, sino el resultado de la interacción entre la disponibilidad técnica y la carga semántica de los objetos.
La inevitabilidad de la elección del diseñador. Aun en diseños basados en métodos científicos y matemáticos, siempre subsiste un margen de decisión subjetiva. Colquhoun menciona a Yona Friedmann, quien señala que, tras calcular las posiciones relativas de las funciones, el diseñador se enfrenta a múltiples alternativas igualmente válidas. Asimismo, menciona a Yannis Xenakis, cuyo diseño para el Pabellón Philips demuestra que, aunque los cálculos estructurales definieron la forma general, la disposición final obedeció a decisiones intuitivas. Esto pone en cuestión la posibilidad de una doctrina tecno-estética puramente teleológica, ya que las decisiones del diseñador nunca pueden ser completamente eliminadas del proceso de configuración formal.
La influencia de factores estéticos y simbólicos más allá de la función. La arquitectura moderna reconoce que, incluso tras satisfacer todas las necesidades operativas, existe un margen de libertad en la configuración formal. En el Pabellón Philips, por ejemplo, la forma no fue determinada exclusivamente por requerimientos acústicos, sino también por la intención de generar una experiencia sensorial de vértigo y dinamismo. Esto demuestra que la configuración arquitectónica no se reduce a parámetros funcionales, sino que está mediada por objetivos estéticos y comunicativos.
La contradicción entre determinismo y libre expresión. Colquhoun identifica una tensión en el movimiento moderno entre el determinismo biotecnológico y la exaltación de la intuición. Mientras que el determinismo plantea la forma como una consecuencia estricta de la función, la disolución de los valores tradicionales generó un vacío conceptual que se llenó con una confianza en la espontaneidad creativa del arquitecto. Esta paradoja sugiere que el racionalismo extremo desembocó en una actitud intuitiva carente de una estructura conceptual sólida.
La necesidad de tipologías y soluciones históricas. Tomas Maldonado, citado por Colquhoun, reconoce que en ciertos casos es inevitable recurrir a modelos tipológicos, especialmente cuando la actividad arquitectónica no puede ser completamente clasificada dentro de un esquema funcional objetivo. Colquhoun amplía este argumento al señalar que nunca es posible definir todos los parámetros de un problema de diseño de manera estrictamente científica, lo que obliga a recurrir a la intuición. Sin embargo, esta intuición no opera en un vacío, sino que se fundamenta en el conocimiento acumulado de soluciones previas. En este sentido, el diseño arquitectónico se configura como un proceso de adaptación y transformación de formas heredadas.
La insuficiencia de las leyes naturales para determinar la forma arquitectónica. A diferencia de disciplinas como la ingeniería aeronáutica, en las que las leyes físicas condicionan de manera determinante la morfología de los objetos, la arquitectura opera en un ámbito donde los principios físicos y empíricos son insuficientes para definir la configuración final. Esto refuerza la necesidad de recurrir a modelos tipológicos, ya que la forma arquitectónica no es el resultado exclusivo de imperativos técnicos, sino de una compleja red de condicionantes culturales, históricas y semióticas.

Tipología y diseño: Relación entre la estética, la función y el significado icónico
Alan Colquhoun establece una relación fundamental entre estética, función y significado icónico en la arquitectura. Sostiene que la forma arquitectónica no se limita a la mera satisfacción de necesidades funcionales, sino que adquiere inevitablemente significados culturales y simbólicos.
Critica la perspectiva del movimiento moderno que defiende el determinismo biotecnológico, según la cual la forma arquitectónica sería el resultado directo y transparente de exigencias funcionales y técnicas operativas. Colquhoun refuta esta idea argumentando que los artefactos, incluida la arquitectura, poseen una capacidad inherente para adquirir un valor icónico y comunicativo, lo que desafía la noción de una relación estrictamente causal entre función y forma. Los principales argumentos sobre esta cuestión pueden desglosarse de la siguiente manera:
El significado icónico de los artefactos. Colquhoun señala que incluso los objetos diseñados con propósitos utilitarios pueden transformarse en iconos culturales. Su configuración formal no responde únicamente a criterios funcionales, sino también a procesos de selección y aislamiento que les otorgan una unidad estética y un significado simbólico. Ejemplos como los barcos de vapor y las locomotoras ilustran cómo ciertos artefactos tecnológicos pueden adquirir un valor social e icónico, integrándose en sistemas de comunicación cultural.
La insuficiencia de la función para determinar la forma. Aun cuando se satisfacen todas las necesidades operativas, la configuración final de un edificio no está completamente determinada por la función. Colquhoun menciona a Yona Friedmann y Yannis Xenakis, quienes, a pesar de emplear métodos matemáticos y racionales, reconocen que la elección formal implica siempre una dimensión intuitiva y subjetiva. En el caso del Pabellón Philips, por ejemplo, su forma no fue dictada exclusivamente por requerimientos acústicos, sino también por la intención de generar una experiencia de vértigo y fantasía, lo que evidencia la influencia de factores estéticos y simbólicos en la arquitectura.
El papel de la intención y la estética. Colquhoun enfatiza que la arquitectura no es el resultado de un proceso mecánico, sino de una intencionalidad subyacente. Aunque el movimiento moderno pretendió sustituir los principios estéticos tradicionales por una aproximación racionalista, en la práctica esto dio lugar a un paradigma donde la «libre expresión» del diseñador quedó legitimada como principio rector. Así, la supuesta eliminación de la estética fue reemplazada por una confianza en la intuición creativa, lo que contradice el determinismo funcionalista.
La relación con la tradición y las tipologías. Colquhoun sostiene que la intuición del diseñador no opera en un vacío, sino que se fundamenta en el conocimiento de soluciones previas y en el uso de modelos tipológicos. La arquitectura se desarrolla mediante la reinterpretación y adaptación de formas históricas a nuevas circunstancias. Incluso Tomas Maldonado, crítico del uso de tipologías, reconoce que los arquitectos recurren a ellas en la práctica. Esto implica que la forma arquitectónica está vinculada a un sistema de convenciones culturales que no puede ser ignorado.
La arquitectura y la relatividad de las leyes naturales. A diferencia de objetos puramente técnicos, como aeronaves, donde las restricciones físicas imponen límites estrictos a la forma, en arquitectura las leyes naturales no determinan de manera absoluta la configuración formal. Esto deja un margen considerable para la intervención de factores estéticos, simbólicos y culturales, reforzando la idea de que la arquitectura no es una consecuencia exclusiva de necesidades operativas.
La influencia de la teoría expresionista en el movimiento moderno
Alan Colquhoun sostiene que la teoría expresionista tuvo una influencia significativa en el movimiento moderno en arquitectura, estableciendo un paralelismo entre el rechazo de las manifestaciones artísticas históricas en las artes visuales y la negación de las formas arquitectónicas tradicionales en la arquitectura moderna. Ambas corrientes veían en estas manifestaciones una osificación de actitudes técnicas y culturales obsoletas.
La teoría expresionista se fundamentaba en la idea de que las formas poseen un interés fisiognómico o expresivo inherente, capaz de comunicarse directamente al observador. Colquhoun sugiere que esta concepción influyó profundamente en la arquitectura moderna, particularmente porque la arquitectura, al igual que la música, ha sido tradicionalmente considerada un arte abstracto. Esta característica facilitó la aplicación de la teoría de las formas fisiognómicas sin la necesidad de enfrentar los problemas de representación figurativa que sí afectaban a la pintura.
No obstante, basándose en la crítica de E. H. Gombrich a la teoría expresionista, Colquhoun cuestiona la validez de esta influencia y sus consecuencias. Gombrich argumenta que las formas, por sí solas, son «relativamente vacías de significado» y que su interpretación depende de un sistema de convenciones externas. Como ejemplo, señala los semáforos, cuyo significado depende de una convención arbitraria que podría invertirse sin afectar su funcionalidad.
Aplicando esta crítica a la arquitectura, sugiere que si las formas carecen de un significado intrínseco, entonces las formas arquitectónicas generadas intuitivamente tenderán a atraer asociaciones inconscientes de significado. Esto implica que la supuesta libertad respecto a las formas del pasado, promovida por la influencia expresionista, podría haber llevado a una pérdida de control sobre un aspecto fundamental de la imaginación arquitectónica y de su capacidad de comunicación.
Considera que esta influencia pudo haber sido perjudicial para el desarrollo del pensamiento arquitectónico. Al rechazar las soluciones formales del pasado bajo la premisa de una expresión directa e intuitiva, la arquitectura moderna pudo haber perdido una conexión consciente con los sistemas de significado culturalmente establecidos. En lugar de lograr una auténtica emancipación formal, pudo haber generado una dependencia inconsciente de asociaciones simbólicas no examinadas, debilitando la capacidad de la arquitectura para comunicar de manera efectiva.
En relación con el funcionalismo, Colquhoun establece un vínculo con el expresionismo al señalar que el primero, al fundamentarse en métodos analíticos e inductivos, deja un vacío en la generación de formas arquitectónicas. Este vacío se llena con una estética reduccionista que postula una relación onomatopéyica entre la forma y su contenido funcional. Esta concepción se asemeja a la creencia expresionista en el poder expresivo directo de las formas, aunque en el caso del funcionalismo, el significado se restringe a la función racional.
En última instancia, aboga por la integración de un sistema de valores que reconozca la importancia de las formas y soluciones históricas como medio para conservar el control sobre los conceptos que inevitablemente influyen en el proceso creativo. La influencia de la teoría expresionista, al fomentar el rechazo de la historia y la confianza en la intuición individual, pudo haber obstaculizado el desarrollo de una arquitectura más consciente de su papel dentro de un sistema cultural de significados.
La tipología y el método de diseño
Alan Colquhoun propone incorporar la tipología como un elemento fundamental en el método de diseño arquitectónico, cuestionando tanto la dependencia exclusiva en la intuición como la creencia en el determinismo tecnológico. Argumenta que la tipología permite establecer un marco conceptual que articula la relación entre función, forma y significado cultural.
Argumentos de Colquhoun a favor de la tipología
La práctica real del diseño. En la práctica, los arquitectos recurren de manera inevitable a conocimientos previos y soluciones tipológicas para adaptar formas derivadas de necesidades o ideologías estéticas pasadas a nuevas circunstancias. Incluso Tomas Maldonado, crítico inicial de la tipología, reconoce su utilidad cuando la clasificación exhaustiva de un programa arquitectónico resulta inviable.
Limitaciones de la intuición pura. Colquhoun rechaza la idea de que la intuición opere en un vacío cultural. Cuestiona la creencia en la «total libertad del genio» como fundamento del diseño, argumentando que la noción de una generación espontánea de formas equivalentes a operaciones fundamentales es más un postulado místico que un método racional. Siguiendo a Gombrich, señala que si las formas carecen de significado intrínseco, depender exclusivamente de la intuición puede llevar a una pérdida de control sobre la carga semántica de la arquitectura.
Crítica al determinismo tecnológico. Aunque las leyes físicas y las exigencias funcionales son determinantes en la arquitectura, no definen por completo la configuración formal. Siempre queda un margen de decisión, una «zona de libre elección» donde intervienen criterios estéticos y simbólicos. Casos como el Pabellón Philips demuestran que, más allá de los requisitos técnicos, la configuración de la forma responde también a intenciones expresivas. A diferencia de disciplinas como la ingeniería aeronáutica, en las que las leyes físicas restringen fuertemente la morfología, la arquitectura presenta una mayor flexibilidad, lo que hace inevitable el uso de modelos tipológicos.
Conexión con la tradición y la cultura. Colquhoun advierte que el rechazo absoluto de la historia, influenciado por la teoría expresionista, puede generar una desconexión con los sistemas de significado establecidos, afectando la capacidad comunicativa de la arquitectura. En este sentido, la tipología proporciona un marco que permite interpretar y transformar las formas pasadas de manera consciente dentro de un sistema cultural.
La tipología como puente entre función y forma. Mientras que el funcionalismo plantea una correspondencia directa entre función y forma, la tipología reconoce que las formas arquitectónicas no solo responden a necesidades técnicas, sino que también incorporan significados culturales e históricos. En este sentido, la tipología ofrece un enfoque más amplio para la configuración arquitectónica, evitando la reducción del diseño a una mera operación técnica.
El uso de las formas pasadas en el diseño contemporáneo
Colquhoun no propone una imitación literal de las formas tradicionales, sino una relación dialéctica con el pasado, basada en los siguientes principios:
Conocimiento de las tipologías existentes. Los arquitectos deben estudiar las tipologías desarrolladas a lo largo de la historia, comprendiendo su origen funcional y su evolución formal dentro de distintos contextos culturales.
Adaptación y modificación. La reinterpretación de formas tipológicas debe responder a nuevos requerimientos funcionales, tecnológicos y culturales, evitando la mera reproducción de modelos preexistentes.
Conciencia de los estereotipos. Los estereotipos formales, aunque resistentes al cambio, son susceptibles de transformación. Colquhoun destaca la importancia de analizar cómo su modificación puede contribuir a la resolución de problemas arquitectónicos inéditos.
Distanciamiento científico y herramientas contemporáneas. Propone un enfoque racional y analítico en el uso de la tipología, complementado con herramientas matemáticas y tecnológicas contemporáneas. Estas herramientas proporcionan un marco metodológico, pero no deben sustituir la dimensión crítica y conceptual del diseño.
Control consciente del significado. Al comprender la evolución de las formas arquitectónicas y sus implicaciones semánticas, los arquitectos pueden ejercer un mayor control sobre los conceptos que influyen en el proceso creativo, evitando la arbitrariedad formal y asegurando una arquitectura significativa en su contexto sociocultural.
Conclusión
Colquhoun plantea la necesidad de articular tradición e innovación en el diseño arquitectónico. No se trata de replicar el pasado, sino de reconocer la función estructurante de los modelos tipológicos en la creación de nuevas formas. La innovación arquitectónica no debe surgir del vacío intuitivo, sino de una interacción informada con la historia y la cultura material. Desmonta la idea de que la arquitectura pueda ser una consecuencia lógica y transparente de las necesidades funcionales. Critica el determinismo biotecnológico por su reduccionismo, al ignorar la interacción entre función, significado, intención del diseñador y tradición arquitectónica. Sostiene que la forma no emerge exclusivamente de la técnica, sino que es un producto de múltiples factores, entre los que destacan la herencia cultural y la interpretación simbólica de los objetos. Por ello, la creación arquitectónica no puede prescindir del diálogo con el pasado, ni reducirse a una ecuación funcionalista que omita la dimensión estética e histórica de la disciplina.
Sostiene que, aunque la función es un elemento central en la arquitectura, no agota su significado ni define su forma de manera unívoca. La arquitectura trasciende lo meramente utilitario al adquirir una dimensión estética e icónica que resulta de la intención del diseñador, su relación con la tradición y las interpretaciones culturales que emergen en torno a ella. En este sentido, la arquitectura no es solo una respuesta técnica a problemas espaciales, sino un sistema de representación cultural que articula valores simbólicos dentro de la sociedad.
Colquhoun defiende la tipología como una herramienta fundamental en el diseño arquitectónico, no como una restricción a la creatividad, sino como un mecanismo que permite estructurar la relación entre tradición, innovación y significado cultural. Frente a la dependencia exclusiva de la intuición o al reduccionismo del determinismo tecnológico, propone un enfoque en el que la arquitectura se construye sobre el conocimiento de las formas pasadas, no para replicarlas, sino para reinterpretarlas críticamente en función de las necesidades del presente.
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