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Frank Lloyd Wright, El arte y la técnica de la máquina

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El arte y la técnica de la máquina, Frank Lloyd Wright

“Supongo que nadie ha venido aquí esta noche para recibir una receta social para la cura de los males propios de esta era de maquinismo. Pues yo he venido en calidad de arquitecto para decir mi palabra acerca del uso de estos nuevos medios con que contamos, nuestro gran sustituto para las herramientas: las máquinas…” Frank Lloyd Wrigth

Frank Lloyd Wright, El arte y la técnica de la máquina

En el pasado, los arquitectos corporizaron el espíritu común a su propia vida y a la de su sociedad en el más noble de los documentos nobles: los edificios. Trazaron esos valiosos documentos con las herramientas primitivas de que disponían, y lo que esos edificios puedan decirnos hoy sería completamente insignificante o quizás ilegible, si las herramientas hubiesen recibido otro destino forzado, obligadas ciegamente a realizar una obra para la que no estaban preparadas, y que solo podían arruinar.

En esta era del acero y el vapor, las herramientas con que se escribirá la verdadera historia de nuestra civilización, son pensamientos científicos hechos prácticos en hierro, bronce y acero y en los procesos plásticos que caracterizan a nuestra era, y agrupamos con el nombre de máquinas. En este sentido, la lámpara eléctrica es una máquina. Nuevos materiales empleados en estas máquinas son los que han hecho el cuerpo físico de esta época, distinguiéndola de las anteriores. Han hecho de la nuestra, la era de las máquinas, sean estas para el transporte, para la industria, para la luz o para la guerra o barcos de vapor, todos los cuales reemplazan a las obras de arte de los períodos anteriores de la historia. Hoy tenemos a un hombre de ciencia o a un inventor en el lugar de Shakespeare o Dante. Los capitanes de industria son los modernos sustitutos, no solo de los reyes y los potentados, sino también, según me temo, de los grandes artistas. Y sin embargo, el medio ambiente hecho por el hombre, es el mas auténtico y característico de los documentos humanos. Dejen que un hombre construya, y lo tendrán a él. Quizás no tengan todo lo que él es, pero indiscutiblemente el será todo lo que ustedes tengan…

¡Tal como digo, la máquina, usurpada por la codicia, y abandonada por su intérprete natural, el artista, no es más que la criatura, y no la creadora de esta iniquidad! Afirmo que la máquina tiene nobles posibilidades, involuntariamente forzadas a esta degradación, degradada por las artes mismas. Hasta ahora, en lo que se refiere a la verdadera capacidad de la máquina, ella misma es la víctima enloquecida de la impotencia artística. ¿Por qué el artista norteamericano no comprende que en nuestro silo el pensamiento humano se está despojando de sus viejas formas, y adquiere otras nuevas? ¿Por qué el artista no puede ver que esta es una magnífica oportunidad para crear y cultivar lo nuevo?

Pero seamos prácticos, y entremos en materia para buscar pruebas evidentes de la corrupción de la máquina o la corrupción por la máquina. Les mostrare profanaciones que servirán para demostrarle a toda mente pensante que la máquina es, en primer lugar, una simplificadora maravillosa, y no solo en un sentido negativo. Vean conmigo algunos ejemplos de que estos instrumentos pueden ser el moderno emancipador de la mente creadora. Veremos que serán los regeneradores de la conciencia creadora de nuestra América, tan pronto como una “cultura” embrutecida permita que se los use en ese sentido.

En primer lugar, y teniendo en cuenta que la madera es el material más fácil de obtener para la construcción, y por lo tanto el mas envilecido, veamos lo que ocurre con ella. Han sido inventadas máquinas complicadas con el único objeto de imitar la talla de los primeros modelos de la artesanía. ¿Con que resultado? Mala ebanistería. Nada es vendible si no tiene aplicado con cola un horrible adefesio carente de significación, a menos que quiera decir que el “arte y oficio” (por medio de la propaganda) haya convencido a las masas de que la complicada silla antigua tallada a mano es lo mejor que se puede ofrecer al buen gusto. El miserable tributo rendido a esta perversión por Gran Rapids, bastaría para arruinar para siempre la presencia del arte, eso, sin mencionar las horripilantes y remilgadas mezclas de tapizados y maderas, reforzadas y trabajadas para vencer en sentimentalismos al sentimiento mismo de alguna “antigüedad” recargada de adornos. Aunque parezca extraño, la belleza de la madera reside en sus cualidades como tal. ¿Por que se necesita tanta imaginación para comprender algo tan sencillo? Los métodos que no logran hacer resaltar esas cualidades, además, no son plásticos, y por lo tanto va no resultan apropiados. Lo inapropiado no puede ser hermoso.

La máquina que trabaja la madera nos enseñará —y parece que necesitamos que sea ella quien lo haga— que ciertas formas y operaciones sencillas logran destacar la hermosura de la madera, en tanto que otras formas y manejos no solo no la destacan sino que la estropean. Toda talla de la madera puede forzar a ese material, despojándolo de las mejores posibilidades que le conocemos. La madera misma tiene una disposición exquisita de sus fibras y delicados tonos de color, que la talla puede destruir. Las máquinas empleadas en el trabajo de la madera nos muestran que con un poder ilimitado de corte, delineamiento, pulido, y por una incansable repetición de los procesos, han emancipado bellezas de la madera, haciendo posibles, sin gasto, hermosos procesos de superficie y formas de limpia resistencia, que las chapas de Sheraton y Chippendale apenas presagiaban con lamentable extravagancia. Una belleza desconocida aun para la Edad Media. Indudablemente estas máquinas han puesto al alcance del diseñador, una técnica que le permite presentar en sus trabajo os la verdadera naturaleza de la madre, armonizándola con el sentido que el hombre tiene de la belleza, satisfaciendo las necesidades materiales con una economía tan extraordinaria como la que pone la belleza de la madera al alcance de todos. Pero las ventajas de las máquinas son desperdiciadas, y sufrimos una plaga de asesinatos estéticos y de trabajos de inferior calidad.

Tomemos ahora al azar a los que trabajan el mármol. Sus sierras múltiples, cepillos mecánicos, taladros neumáticos y bancos de fricción han hecho posible reducir, en pocas horas bloques de diez pies de largo, seis pies de alto y dos pies de ancho, a losas o láminas de una pulgada de ancho, lo que hace posible el uso de este precioso material para el revestimiento de paredes. La losa puede ser pulida y unida en los bordes para obtener exquisitos diseños, haciendo surgir cientos de pies cuadrados de dibujo característico, gracias a los puros colores del mármol, que antes se perdían en el centro de un gran bloque costoso, en medio de la pared. Nuevamente encontramos un uso arquitectónico que puede aprovechar la belleza natural del mármol, imposible de obtener con los métodos de artesanía. ¿Pero que ocurre? El “artista” sigue haciendo un uso deshonesto de los adelantos, y levanta imitaciones de sólidos pilares mediante capiteles y bases molduradas, uniendo hábilmente las losas por los bordes, hasta que resulta imposible descubrirlos, excepto para el ojo experimentado. Su método no se propone desarrollar la belleza de una nueva posibilidad técnica; no, el “artista” puede ahora “falsificar” más arquitectura, levantar más pilares y columnas… ¡porque ahora puede hacerlos huecos! Su arquitectura no tiene mas valor del que él posee como falsificador barato, pues sus formas clásicas no solo deforman el método anterior y disfrazan el método nuevo, sino que desvían al progreso de su camino. Para obtener una prueba valedera, basta observar cualquier biblioteca pública o instituto de arte, la Biblioteca del Congreso de Washington, o la Biblioteca de Boston.

En el labrado de la piedra, la cepilladora mecánica ha permitido tallar en la piedra cualquier moldura, o fijar en esa superficie cualquier hermoso diseño tal como nunca podría haberlo hecho la mano del hombre. ¿Y que se hace con el? Se trata de imitar lo mejor posible el labrado a mano, copiando molduras especialmente adaptadas para la madera, haciendo posible el uso profuso de millas de molduras sin significación, cornisas y zócalos, en tanto que el “artista” se burla del inmenso poder de la máquina, porque no puede dar el delicado “toque” que resulta de la imperfección del trabajo a mano.

¡Este hombre no es un arquitecto! No lo es, porque si lo fuese, aventajaría esa “anticuada” cualidad con el diseño del contorno de sus secciones, convirtiendo en detalle notable esa perfección que teme. Y diseñaría inteligentemente, para la prolífica destreza de la máquina, trabajos que esta puede hacer tan bien que resultarían rudos si salieran de la mano del hombre…

Frank Lloyd Wright, 1903

 Frank Lloyd Wright, El futuro de la arquitectura; Editorial Poseidón, Barcelona 1978 pp. 61-81

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