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Colaboraciones

Convento Santa Clara de Ronchamp

Las Clarisas, TECNNE

“Porque la verdadera Arquitectura, idea construida, permanece para siempre. Haciendo real el duro deseo de durar. Con el aroma de la eternidad.” Alberto Campo Baeza

El Convento de las Hermanas Clarisas ubicado en la colina Bourlemont en Ronchamp, es un claro ejemplo de cómo la arquitectura se puede definir y adquirir un gran valor, a partir de un simple gesto.

Y ese gesto, nos muestra el pensamiento y la postura decidida frente a un paisaje particular y en este caso también frente a una arquitectura preexistente y emblemática: la Capilla de Notre Dame du Haut.

En relación al paisaje, la obra queda incluida en la topografía mediante dos volúmenes semienterrados en la ladera, que no pueden distinguirse desde la cumbre donde se ubica la Capilla,  junto a planos-muros que delimitan los espacios abiertos y el diseño paisajístico de Michel Corajound. Todo se conjuga para recuperar la naturaleza como espacio sagrado, cuya presencia así “envuelve” al Convento y motiva a la oración y el silencio.

Por su parte, la obra de Le Corbusier (finalizada en el año 1955) sigue siendo la referencia indiscutida de Ronchamp que permanece en lo alto y se nos muestra contundente y única, en su forma y materiales. Su presencia es intensa y conmueve…

El Convento (inaugurados en el año 2011), recurre también al hormigón visto en las envolventes y en los planos que se abren al paisaje, acompañados por el ritmo de las fachadas acristaladas que con una geometría modulada, van enmarcando el bosque que lo rodea.

Es una arquitectura comprometida con su espacio y su tiempo, que desde una visión retrospectiva hace reverencia a una obra paradigmática, pero que también responde a las necesidades de una pequeña comunidad religiosa.

Llegar a esta instancia, es el resultado también del diálogo mantenido entre el arquitecto, su equipo y las hermanas de la Orden, que posibilitó enlazar la arquitectura y la vida contemplativa. Esto lo podemos reconocer en la propuesta de implantación, en la simpleza del lenguaje, en los materiales empleados (hormigón, madera y zinc), en cada uno de los espacios donde la vida religiosa se enriquece a partir del control de la luz, que se desliza por todas partes.

Así se encuentran en un mismo lugar dos obras, cada una con su “poiesis”, con sus propios procesos de profunda reflexión y análisis rigurosos, en diseños que conjugan dos mundos, el de lo profano y lo sagrado, lo material y lo inmaterial…

Como bien afirma Alberto Campo Baeza: “Eso que tienen en común Arquitectura y poesía: componentes concretos en cantidades medidas, acordados con sabiduría. Lo que los clásicos llaman con “conocimiento de causa”. Con medidas precisas y con “tempos concretos”, la Arquitectura, como la poesía, no se surte de encuentros casuales sino de “búsquedas laboriosas”. Pues laboriosa es la investigación del arquitecto que, con todos los datos encima de la mesa, piensa y mide, mide y piensa, para llegar a los encuentros certeros”. (1)

Dolores Gómez Macedo, 2015©

Notas

1 Campo Baeza, Alberto, La idea construida, Ediciones Nobuko, 2009,10.

Fotografías: ©Dolores Gómez Macedo

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